Relatos sobre Aldebarán IV
Vivencias de Nuria
Vosotros, como seres encarnados, estáis acostumbrados a que todas las vidas
pasadas se relacionen con este planeta donde está el receptáculo que me alberga.
Pero he tenido vivencias sufridas, de soledad, de deterioro físico, en otros
mundos lejanos en el espacio y en el tiempo. Hay una encarnación que es
imprescindible tocar, mi nombre era Nuria y era doncella y a su vez dama de
compañía de una princesa. Me crié en el reino desde muy pequeña. Teníamos casi
la misma edad, jugábamos juntas hasta que cuando ella cumplió quince de vuestros
años asumió el rol de heredera, aún viviendo sus padres. Y yo ya no era su
amiga, es decir seguía siendo su amiga pero era… su dama de compañía, ya no la
llamaba por su nombre, la llamaba “Su Alteza”.
Y en este reino quienes acompañábamos a las princesas hacíamos voto de castidad
mientras viviera la princesa a la que asistíamos, que obviamente en este caso
tenía mi edad, así que estaba entre comillas condenada de por vida. Porque de
joven conocí a un guerrero que salvó a mi princesa de la horda de unos guerreros
del Norte y la trajo a salvo a palacio. Ese guerrero me vio y se impactó, de la
misma manera que yo me impacté con él. Él tenía un don: que tenía un aura tan
especial que hasta podía manejar con sus manos descargas eléctricas. Y no me
sorprendió, me tranquilizó. Porque cuando yo era pequeña en los jardines de
palacio jugaba con animalitos muy similares a vuestras ardillas, a vuestros
topos, o pequeños felinos similares a vuestros gatos, o pequeños canes y a veces
era tan efusiva en tocarlas, a las mascotas, que huían disparadas. Los pequeños
felinos a veces hasta me bufaban y erizaban sus cabellos y yo no sabía porqué.
Hasta que me di cuenta de que tenía el don de desprender mi mala energía áurica,
que el otro ser viviente lo podía interpretar como una descarga eléctrica. Fue
un engrama, un engrama que me hizo introvertida, que no hablaba con nadie del
tema que me causaba dolor porque no podía contactarme con nadie, porque incluso
personas a las que abrazaba efusivamente sentían como un dolor de descarga
eléctrica. Para peor cuando su alteza cumplió los quince, que los cumplió dos de
vuestros meses antes que yo, me obligaron a hacer el voto de castidad, donde yo
no debía entregarme a ningún hombre, porque era una tradición, ley o como
queráis llamarlo.
Cuando ya dejé la adolescencia y veo a este guerrero que maneja el rayo,
quedando a solas con él, le digo:
-
Pon tus manos como mostrándome a mi las palmas
Y él con mucha precaución lo hizo. Cuando yo quiero acercar mis palmas a las
suyas retrocede, como despavorido
-
No, porque te puedo hacer daño
-
Por favor, ten confianza en mí, verás que no va a pasar nada.
Y apoyo lentamente mi palma izquierda en su palma derecha, mi palma derecha en
su palma izquierda. Sentimos como un chispazo, pero casi no había diferencia de
potencial y los dos nos sentimos como energizados. Los ojos de sorpresa eran los
del guerrero que no podía creer que hubiera una mujer con ese don. Si bien el ya
había conocido a un hombre mayor del Norte, que quizás tenía más poder que él
sobre el rayo… pero no pudo ser. Le expliqué de mis botos, porque sin apenas,
sin apenas cruzar palabras entendí que… y esta es una frase vuestra de la
tierra, que estábamos hechos uno para el otro. Pero él era respetuoso de las
leyes ajenas. Los padres de su alteza, los reyes, le dieron un presente, que él
valoró pero no fue lo mismo y se marchó.
Imaginaos que estáis encerrados en un sótano y vuestra vista se acostumbra a la
oscuridad y está todo bien porque es lo que ves, es lo que hay. Y un día alguien
abre la puerta y sales al resplandor del sol y cierras los ojos porque es un
brillo casi intolerable y luego tu vista se acostumbra, de a poco y puedes ver
esa claridad, esa luz y sientes como que esa luz te pertenece y tu perteneces a
esa luz, pero de repente te cierran la puerta y quedas otra vez en la oscuridad.
Pero no es lo mismo porque ya conociste la luz, ya conociste el resplandor, ya
conociste la claridad que te inunda y ya la oscuridad es vana, es yerma… y así
fue mi vida durante muchos de vuestros años, muchos.
Me causé dolor a mi misma con el recuerdo de ese guerrero y obvio que se me
implantaron engramas de soledad, de abandono. Abandono metafórico porque… él no
me abandonó, porque solo intercambiamos un tacto. Y una corriente eléctrica que
llevo en mi aura y como sabía que era difícil verlo de nuevo me cerré, me cerré
a mi misma. ¿Para que me iba a brindar? si ni siquiera las mascotas podían
tocarme… Alteza tenía unos guantes de piel fina y me tomaba de la mano, pero
esos guantes impedían el contacto directo de palma con palma. Porque ella sabia,
si nos conocíamos desde pequeñas, sabía sobre mi don, mi don áurico.
Fui feliz. Ella conoció a varias personas pero ninguno la atraía y los padres la
oprimían, porque ya iba siendo mayor. Hasta que conoció a un hombre de otra
tierra y hubo una gran boda. Tuvieron dos niños. Luego de vuelta el dolor… los
padres mueren. Ella queda como Reina pero su reinado no lo puede disfrutar
porque queda viuda con los dos niños que van creciendo y se van haciendo
adolescentes mientras nosotras envejecemos.
Muchísimo tiempo después, años diríais vosotros, revoluciones estelares decimos
nosotros. Un guerrero muy herido por espada que es atendido y mi corazón late
fuerte cuando… a pesar de que su cabello ya estaba canoso, pero su cuerpo seguía
musculoso, lo reconozco, era él. Estuvo luchando entre la vida y la muerte, se
ve que tuvo un duro combate. Y lo curamos y yo le daba de beber un caldo tibio,
hierbas. Tiempo después abrió los ojos, unos ojos quizás mas mansos, más sabios,
menos impetuoso, con más comprensión. Sonríe, le hago una mueca encogiéndome de
hombros. Como trasmitiéndole mentalmente: sigo aquí, con el juramento. El le
dice a mi princesa, que ahora es mi Reina… después de tanto tiempo…
-
Me has devuelto el favor, ¿te acuerdas cuando te salvé de las garras de los
guerreros del Norte? Eras una joven, ahora tienes dos hijos y has salvado mi
vida.
Dos veces sufrir no… dos veces sufrir no… es demasiado. El palacio era como una
cárcel y como yo sabía que no podía expandirme fuera de allí. Me encogía sobre
mi misma, volcándome en mis pensamientos y no dándome a nadie y es un engrama
muy difícil de cargar, como es una vida muy difícil de relatar. El guerrero
finalmente se recompuso. Mi Reina le regaló ropa nueva, unas botas, una hermosa
espada… Pero antes de que se marchara lo llevó a la sala del trono y lo nombró
caballero. Ese guerrero de las montañas, ese guerrero que recorrió medio
planeta, ese guerrero que viajó a otro continente, era caballero del reino. Pero
ese guerrero no tenia una cadena que lo sujetase, ese guerreo pertenecía al
mundo y volvió a marcharse.
Dos revoluciones estelares después contrajimos juntas, la Reina y yo, una
altísima fiebre de alguna peste que vendría del sur, no sé. Nos dieron de todo,
llamaron a un hechicero… Pero mi Reina no sobrevivió. Cuando yo me recupero veo
que el niño, ya hombre, atemorizado, aterrado diría yo. Se calza la corona de
Rey y hacen una enorme ceremonia. La hija de la Reina, la princesa, me manda
llamar y me dice:
-
La joven Nadia será mi doncella, mi dama de compañía.
Te libero de tus votos de castidad.
Hice una reverencia, me fui a mi habitación y lloré, lloré… ya era mayor.. y
como decís vosotros en los cuentos de la Tierra: ¿dónde iba a encontrar ahora mi
caballero andante y cómo sabía ahora si él estaba prometido o casado… o qué?...
Aparte, imaginaos: una persona tantos años encerrada en un pozo, sin luz y que
la empujen a la claridad. Pero no por un momento, que la dejen en esa claridad.
Es como que saquen al topo de la madriguera… se quiere volver a esconder, se
quiere volver a esconder… y mi desafío era ese. No cambiar de región, pero de a
poco, ir al poblado, salir. Está mal decir que era libre, porque nunca me sentí
prisionera con mi princesa, luego mi Reina. Para mí seguía siendo mi amiga,
jamás me trato mal, jamás. Pero, claro… de pequeña me contaba secretos. De
grande ya tenía cierta distancia, por su título. Pero con mis engramas… ¿Cómo me
animo a salir? A brindarme,
a darme, a ser yo, Nuria.
Gracias por escucharme, gracias