Aparecía en la noche, dando saltos; los testigos decían que sus ojos brillaban como bolas de fuego, sus manos eran garras heladas y su boca escupía llamaradas.

 

 

Durante más de 60 años, esta espantosa criatura, a la que se atribuía la capacidad de saltar por encima de altos muros o alcanzar de un salto los tejados con una facilidad sobrehumana, tuvo a Inglaterra sometida al terror.

En los primeros años de la década de 1830, las historias acerca de una  espantosa demoníaca figura que daba enormes señales se difundieron por todo el país. La opinión británica las consideraba insensatas, productos de la histeria colectiva. Pero los informes sobre el monstruo continuaron llegando a Londres; provenían principalmente de personas que atravesaban Bames Comman, al sudeste de la capital británica.

En enero de 1838, la existencia del extraño ser saltarín fue oficialmente reconocida. En la sede del ayuntamiento, el lord mayor de Londres, sir John Cawan, leyó en público la carta que al respecto le habían enviado unos atentos

Y asustados ciudadanos de Peckham; en ella se describían algunas de las proezas; algunos de los fenomenales saltos del demoníaco ser. La revelación del lord mayor produjo un considerable revuelo en Londres.

Entonces comenzaron a fluir a raudales las denuncias, formuladas por personas que hasta ese momento habían temido caer en el ridículo si informaban sobre sus encuentros con esa criatura, a la que comenzó a llamarse Jack el Saltarín.

Polly Adams, la bella hija de un granjero de Kent trabajaba en una taberna del sur de Londres; fue atacada por el monstruo a fines de 1837, mientras caminaba por Blackheath. Su atacante huyó, salvando grandes distancias mediante saltos prodigiosos.

 

 

Una joven criada, Mary Stevens, sufrió un ataque del Saltarín en Bames Cammon. Una mujer que, después de visitar a unos amigos, volvía a su casa atravesando el cementerio de Clapham, también tuvo que enfrentarse con la misteriosa criatura.

Lucy Scales y su hermana, hijas de un carnicero londinense, paseaban a orillas del Támesis; regresaban a su hogar después de haber visitado a un hermano de ambas cuando, al atravesar Green Dragon Alley, en Leinehouse, sufrieron una extraña agresión. Una figura cubierta por un capote surgió de la oscuridad y escupió llamas sobre Lucy, lo que le provocó una ceguera momentánea. Luego desapareció dando enormes saltos.

La siguiente victima fue Jane Alsoph, que junto con su padre y dos hermanas ocupaba una casa alquilada en Bearhind Lane, Bow. Una noche de febrero, Jane oyó que alguien llamaba frenéticamente a la puerta; la muchacha se apresuró a abrir: se encontró con una figura envuelta en una capa larga y negra que permanecía en la penumbra y que le dijo bruscamente: “Soy policía; por Dios, tráigame una lámpara, que hemos cogido a Jack el Saltarín en esta calle”.

El corazón de Jane dio un salto; la noticia la llenó de aturdimiento y excitación. Pensó: “Entonces, después de todo, las extrañas historias del hombre duende eran reales”. Entró corriendo a su casa, cogió una vela y se la dio a su interlocutor. Pero en lugar de hacer lo que se esperaba, el falso policía se despojó del capote y mostró su terrorífica figura: iba vestido con un casco ajustado, del que sobresalían dos cuernos, y un traje blanco ceñido.

El agresor cogió a Jane por el cuello y colocó la cabeza de la muchacha baja una de sus axilas, mientras le desgarraba el vestido y palpaba su carne desnuda. La muchacha consiguió desasirse y dio gritos aterrorizados. El hombre la persiguió y le dio nuevamente caza, la aferró por los largos cabellos. Pero la hermana de Jane había oído los gritos y dio la alarma; antes de que los alarmados salvadores pudieran capturar al agresor, la extraña criatura abandonó a su presa y, con un salto increíble, se perdió en la oscuridad.

Más tarde, Jane dio a las autoridades una descripción de su atacante: “Su rostro era horrible; sus ojos parecían bolas de fuego, sus manos eran grandes garras heladas y vomitaba llamas azules y blancas”.

 

 

La colorida descripción fue repetida una y otra vez por otras mujeres a quienes el monstruo había agredido y de las que siempre se sospechó que estaban histéricas. Se trataba de una descripción que en poco podía ayudar a la policía en su persecución del fantástico agresor.

Se organizaron pelotones de vigilantes voluntarios, se ofrecieron recompensas; la policía se esforzó en vano por descubrir el paradero del monstruo. Incluso el duque de Wellington, a pesar de sus casi 60 años, cogió las armas y montó a caballo para participar en la persecución.

Durante los siguientes años, Jack el Saltarín extendió su radio de acción a todo el país. Las denuncias sobre sus ataques provenían tanto de los barrios bajos de Londres como de aldeas remotas.

En febrero de 1855, el misterio se extendió hasta el West Country. Los habitantes de cinco localidades de South Devon se despertaron un día y advirtieron que durante la noche había caído una intensa nevada. Al mismo tiempo descubrieron que sobre la nieve virgen se destacaban unas misteriosas huellas, que trepaban por las paredes hasta los tejados y atravesaban pasos que durante la noche habían estado cerrados. Presas del terror, los habitantes de South Devon llamaron a esos rastros “Las huellas del demonio”. Hubo quien las atribuyó al fantasma de algún animal; otros a Jack el Saltarín.

Jack el Saltarín anduvo dando saltos por todo el país en 1870. El ejército se tomó el caso en serio y organizó un plan para atraparlo. Las autoridades militares no tuvieron más remedio que adoptar esa actitud, porque muchos centinelas -algunos de ellos curtidos veteranos de la guerra de Crimea- habían sido aterrorizados por el monstruo. Una figura fantástica atacaba a los soldados de guardia; el extraño ser surgía de pronto de entre las sombras y saltaba hasta el techo de las casetas, o abofeteaba a los centinelas con sus garras heladas.

En Lincoln, fuera de sí por una mezcla de terror y de furia, los lugareños se armaron y persiguieron al monstruo. Como siempre, éste desapareció en la noche, después de soltar una carcajada histérica.

 

 

La última vez que alguien vio la diabólica cara de Jack fue en 1904, en Liverpool. El extraño ser aterrorizó a los pobladores del área de Everton dando saltos enormes por las calles, brincando desde el pavimento hasta los tejados y bajando de un salto otra vez. Cuando algunos temerarios perseguidores trataron de cercarlo, el monstruo se desvaneció en la noche.

En la Gran Bretaña victoriana abundaban los ricos excéntricos; tal vez –se piensa- alguno de ellos haya encontrado divertido gastar su tiempo y su dinero en sembrar el terror a lo largo del país. Algunos sospecharon del Mad Marquis -el Marqués Loco- de Watedord. Sin embargo, por lo que se sabe, el marqués era violento e irresponsable, pero nunca fue un depravado.

El misterio de Jack el Saltarín permanece todavía sin explicación. Después de su actuación en Liverpool, desapareció, aparentemente para siempre.